Derribando mitos: la astrología
Porpor Néstor Espinoza*
Creo no haber conocido a nadie que no se haya encantado leyendo el horóscopo alguna vez en su vida. Esa sensación de creer saber qué va a pasar, o creer saber por qué pasó algo en nuestras vidas es demasiado atractiva como para dejarla pasar desapercibida. Más aún, para quien escribe el horóscopo la sensación es todavía más gratificante: el tener el poder de predecir el quehacer y actuar de tanta gente, sin dudas, genera una sensación indescriptiblemente seductora que, además, sirve para pagar las cuentas. El mismísimo Johannes Kepler, famoso matemático y astrónomo del siglo 17, era capaz de sobrevivir gracias a la escritura de sus horóscopos, con los cuales incluso aconsejó en incontables ocasiones al Emperador del Sacro Imperio Romano-Germano Rudolf II1. Esta tarea era, de hecho, una de las principales obligaciones de Kepler como matemático del imperio.
No hay dudas de que la astrología, el estudio del movimiento de los astros y sus posiciones relativas para predecir eventos humanos y terrestres, ha jugado un rol fundamental en muchos periodos de la historia humana. Incluso, al día de hoy, existen astrólogos/as alrededor del mundo que dicen incluso poder predecir grandes cataclismos, lo que sin duda impacta fuertemente en cierto grupo de personas -los seguidores de estos/as astrólogos/as- quienes toman decisiones en función de estas supuestas predicciones; muy similar a como el Emperador Rudolf II escuchaba las predicciones astrológicas de Kepler para poder tomar sus propias decisiones.
Pre-decir, por supuesto, es una cosa muy fácil de hacer. Ser capaz de predecir correctamente es una totalmente distinta. Cabe hacerse la gran pregunta entonces: ¿cuán buenas son las predicciones astrológicas en la realidad? En un famoso estudio, por allá por el año 1985, un en ese entonces estudiante de pre-grado en matemática y física aplicada de la U.C. Berkley, Shawn Carlson, propuso hacer un experimento bastante entretenido para tratar de medir esto: pasarle perfiles psicológicos a un grupo de los más reconocidos astrólogos americanos y europeos (nominados por una de las más grandes asociaciones de astrólogos de la época, el Concilio Nacional de Investigación Geocósmica -NCGR por sus siglas en inglés-, y ver si eran capaces de predecir la fecha en la que estos debían haber nacido con las tablas astrológicas de natalidad, las que predicen la personalidad en función de la fecha en la que una persona nace. El resultado de este estudio, publicado en la revista Nature, es certero: los astrólogos tienen un poder de predicción que no es mejor que el azar.
Lamentablemente para los y las astrólogos/as, ni siquiera el beneficio de la duda funciona. Los horóscopos, por ejemplo, se basan en el natalicio de las personas, en el cual se asocian meses con ciertas constelaciones del zodiaco. Esto nace de una observación muy simple en el cielo: los 12 signos del zodiaco están posicionados en el cielo de tal manera que todos los meses una constelación distinta pasa detrás del Sol desde nuestra perspectiva en la Tierra. Aún así, lo notable es que la constelación que está hoy detrás del Sol no es la misma que los horóscopos (pre)dicen. Por ejemplo ahora, al 24 de Mayo, la constelación que se encuentra detrás del Sol es Tauro. Los horóscopos, por otro lado, dicen que la que debiera estar detrás del Sol es Géminis. La diferencia entre estas predicciones tiene que ver con un movimiento de nuestro planeta que los astrólogos aparentemente ignoran: la precesión. La precesión es el giro del eje de rotación de la Tierra, un efecto que también se observa al lanzar, por ejemplo, un trompo, en el que no solo éste mismo gira alrededor de su eje, sino que el mismo eje también cambia de posición en el tiempo. Debido a este movimiento de la Tierra, que tiene un periodo de 26.000 años, la posición en el cielo de las constelaciones han cambiado con respecto a los casi 2000 años que han pasado desde el inicio de la astrología. Los astrólogos modernos han tenido bastante tiempo para corregir este error pero, aparentemente, no es muy importante. Total, ¿qué tanta diferencia va a haber entre un Tauro y un Géminis?
Muchas veces me han preguntado por qué me importa tanto esto de evangelizar al respecto de la astrología y su (nulo) poder predictivo. “Vive y deja vivir” o “deja que cada uno crea lo que quiera” son algunas de las muchas frases que escucho siempre al respecto. Y sí, creo que cada uno tiene y debe tener el poder de decidir creer en lo que se le de la gana; aun así, soy un fiel creyente de que para crear una sociedad inclusiva y realmente unida, debemos intentar pasarnos información al respecto de todos los tópicos los unos a los otros, de manera de poder seleccionar esas creencias de manera informada (lo que no necesariamente implica que se haga de manera objetiva). Yo lo voy a decir fuerte y claro: la astrología es una pseudociencia. Una que, de hecho, hace más mal que bien (véase este artículo, en el cual se citan varios estudios en los cuales se muestra cómo la alienación que provoca la astrología con respecto a la realidad tiende a impactar fuertemente en el desarrollo psico-social de las personas). Está en ud. tomar la decisión final de si escucha en serio al astrólogo de turno o no, o a este astrónomo de turno que esté escribiendo esta columna. Pero, como consejo de un libra al mundo: ponga toda la información disponible en una balanza antes de tomar una decisión final al respecto.
1Es notable comentar aquí que los errores del Emperador Rudolf II son considerados, de hecho, las principales causas por las cuales Europa Central llegó a una de las más largas y destructivas guerras en la historia de la humanidad: La Guerra de los Treinta Años.
Créditos imagen de portada: www.therichest.com
*Néstor Espinoza – Astrónomo, Doctor en Astrofísica e Investigador del Max-Planck-Institut für Astronomie”. – twitter @nespinozap